Si ponemos la lupa sobre cualquier parte de la piel nos damos cuenta de sus arrugas e imperfecciones, de su textura y vemos por primera vez o somos consciente de que tenemos algo delante y nunca hemos reparado en ello. Este blog no es nada exhaustivo ni profundo ni completo, simplemente son retazos a vuela pluma. Tras este comienzo os diré que quiero hablar de un tema que me parece sumamente interesante: la fama. La fama cotidiana. Saber quién tiene más espacio en los medios de comunicación y en el imaginario colectivo dice mucho de cómo es una sociedad. De lo mucho que aún nos falta por avanzar, de nuestras debilidades, pero también de nuestra necesidad del escapismo.
Para empezar habría que definir, aunque sea muy brevemente, qué es la fama. En la sociedad posmoderna todo el mundo tiene sus quince minutos de fama, como profetizó Andy Warhol. El problema es que todo se equipara, da igual una cosa que otra, en el telediario tienen cabida Obama, Belén Esteban, Cristiano Ronaldo o Amy Winehouse junto a terroristas, secuestradores, asesinos, dictadores, violadores y espontáneos que interrumpen actos sociales con la esperanza de tener a su vez su minuto de gloria, ver su imagen repetida hasta la saciedad en los medios.
Una sociedad tan llena de todo y tan falta a su vez, en la que la fama, podemos verlo, tiene su cara y su cruz.
La cara: adoración y exaltación del famoso. Época ideal para mitómanos. Lo de forrar carpetas en la adolescencia ya viene de atrás, pero no queda ahí la cosa. Los medios de comunicación de masas, los generalistas y mayoritarios, hay alternativas de mayor o menor peso, insisten una y otra vez en una serie de personajes. Quizás el culmen del famoso sea el deportista: brillante, exitoso, joven, sano, atractivo. Una época ideal para mitificar a estos modernos dioses, para ver en sus hazañas y proezas una catarsis colectiva. Cuanto más decaída y triste está la gente más celebra el gol de su equipo, sintiéndose parte de ese proyecto. Uy aquí estamos entrando ya casi en sociología del deporte, cambio a la cruz de la fama.
La cruz: crítica, acoso y derribo al famoso. Tenemos el lado contrario. Si ya las revistas y medios se encargan de vendernos la imagen ideal del famoso, también tenemos la contraria. Muchos medios, sobre todo del corazón, ofrecen las imágenes más carroñeras de los famosos: sus ingresos en clínicas, sus excesos alcohólicos, sus adicciones, sus vicios inconfesables. Tranquilos: son dioses, pero de barro, tienen los mismos problemas que tú, seguro que muchos más. Da igual que tú estés parado y ellos ganen miles de millones, sus vidas son miserables y bajo su maquillaje hay una fachada banal e incluso aborrecible.
Ni cara ni cruz, ¿qué sentido tienen los famosos en nuestras vidas? ¿Qué nos aportan? Igual verlos desde la distancia, ni adorarlos ni odiarlos, no medir nuestro ego en comparación con el de aquellos que salen en los medios. Tomárselo con humor y sin dramatismos. O incluso hacer un ejemplo comparativo: yo no quiero ser este, no quiero vivir bajo esas pautas, no me convencen esos valores. Pensar por uno mismo, qué difícil, pero qué grande, ¿verdad?
Pasará el tiempo. Nuevas amys, cristianos, obamas y belenes esteban aparecerán. Seguirán apareciendo. Y pasarán. Millones de anónimos querrán sentirse famosos también. Las redes sociales nos inundarán. La vida, mal que bien, seguirá. En el fondo, en lo de verdad, en lo que somos, tampoco han cambiado tanto las cosas. "Todos estamos solos con nuestro dolor", dicen en la película de Frida Kahlo. Algo de verdad habrá. Señoras y señoras, la fama cotidiana. Gracias por seguirme, hasta otra!