Esta entrada la disfrutarán más los seguidores de la serie Perdidos, pero de todas formas intentaré no remitirme tanto a la trama de la serie cuanto a los sentimientos que me expresa la historia de dos de sus personajes secundarios.
La historia de Bernard y Rose me emociona, dentro de los miles de relatos existentes (que en el fondo casi siempre son el mismo o hablan de los mismos temas, con sus variantes) en el medio audiovisual es uno de mis favoritos. Apenas sabemos nada de la vida anterior de ellos (ni falta que hace). Los conocemos en su madurez. Rose intenta arrancar su coche en una noche nevada y se encuentra casualmente con Bernard, que la ayuda. Hay simpatía entre ellos, como la que sientes a veces con los perfectos desconocidos. Se despiden y hay unos segundos en los que cambia la vida de ambos. En esos segundos Rose se mete en su coche, que ya ha conseguido arrancar, y Bernard en el suyo. Podría haber arrancado, se habría marchado y su vida habría continuado por otros derroteros.
Pero no, tuvo unos segundos de duda, y después lo llamo. "Bernard, quieres tomarte un café", le dice, y su respuesta es afirmativa. A los cinco meses Bernard se compromete con ella, en un marco tan romántico como las cataratas del Niágara. La escena podría resultar almibarada, pero nada más lejos, Rose le confiesa que tiene un cáncer. Bernard ya se había hecho a la idea, a sus 56 años, de que seguiría soltero y nunca encontraría a la persona adecuada. Y, cuando la encuentra, tiene que asumir que sólo va a tener un año, con suerte un poco más de tiempo, junto a ella.
Las posturas de Bernard y Rose ante los hechos son casi dos posturas arquetípicas del ser humano ante lo que les pasa: actuar para cambiar o aceptar las cosas como son. El matrimonio pasa su luna de miel en Australia, pero con sorpresa. Bernard hizo un donativo de 10.000 euros a Isaac de Uluru, un curandero, para que atendiera a su mujer. Ella reaccionó con escepticismo, diciéndole a su esposo que acepta serenamente y en paz lo que le pasa. Una vez en la consulta, Isaac le explica que hay puntos concretos en el planeta en los que se concentra una gran cantidad de energía y que su modo de actuar consiste en transmitir esa energía a personas que están enfermas. Pero a Rose no le miente, no puede curarla, ese no era el sitio adecuado para ella. En un detalle sumamente hermoso y humano, Rose decide contarle a su marido que se ha curado. ¿Qué sentido tiene esa mentira? Está claro: para que disfruten el tiempo que les queda, para vivir el momento y disfrutar estando juntos, sin que él se preocupara por hacer todo lo posible para que su mujer se curara.
Y luego viene la llegada a la isla. Tras un terrible accidente de avión, cada uno queda en una parte distinta, pero ambos sienten, saben que el otro está vivo. Y después pasan muchas, muchas cosas en esa serie. La historia de Rose y Bernard es conmovedora. Solemos creer que las cosas más importantes de nuestra vida van a pasar en la juventud, pero nunca sabemos lo que la vida nos tiene reservado. A Rose y Bernard los momentos más felices de su vida se los tenía reservados cuando ya habían pasado la cincuentena, cuando ya habían caminado tanto por este valle de lágrimas. Pero nunca se sabe lo que la vida nos reserva, nunca sabemos a dónde nos va a llevar el camino, no podemos pensar que ya está todo vivido, que ya lo hemos sentido todo, que la vida no nos puede seguir sorprendiendo. Atentos a lo que nos queda...
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