El tiempo sigue pasando, uno va acumulando información, conocimientos, experiencias y muchas veces tiene la sensación de que, cuanto más aprende, cuanto más camina, menos sabe. Con los años, al menos a mí me pasa, la vida va pareciendo cada vez más extraña. Los seres humanos, que podemos aspirar a tantas cosas, a su vez somos seres muy limitados y la vida nos viene grande por todas partes, nos excede. Nos resulta imposible aprehenderla, nos abruma y no podemos controlarla, la vida se sale por todas partes... por eso necesitamos poner orden en el caos.
Recurremos al lenguaje, a los valores, a nuestros principios para evitar que el torbellino de la vida no nos lleve por delante. Esta época es esencialmente peligrosa para los sensibles, que quizás nunca han tenido tanta conciencia de su sensibilidad como ahora. Cada persona es un mundo, vive sus circunstancias y tiene sus valores, aunque como sociedad el ser humano está ya muy de vuelta, han caído muchos imperios, ideologías, religiones, viejos ídolos que se sustituyen por nuevos. Pero en esta sociedad de tecnocracia parece que el dinero es el único dios verdadero, el ser humano un mero producto y las relaciones personales se basan en el utilitarismo y el beneficio. El hombre es un lobo para el hombre. Nada importa. Vivamos el presente. Celebremos la codicia, el fin de los tiempos, la ruina moral...
Uno recurre a las palabras porque no tiene otra manera de expresarse. La vida es tan compleja que no podemos captar todo lo que está pasando. Solo nos llega una mínima parte, solo recordamos una pequeña parte de todo lo que acontece en nuestra vida y, a su vez, solo podemos expresar y compartir muy poco. Pero eso no debe resultar desalentador, si no estimulante. Me niego a adorar al dinero, me niego a pensar que el hombre es un lobo para el hombro, me resisto a caer en la apatía, en el victimismo, en la desgana, en la basura mediática, en revolcarme en mis miedos e inseguridades, en pensar mal de los demás, en buscar la paja en el ojo ajeno sin ver la viga en el propio, a vertir en las redes sociales una supuesta actitud posmoderna de estar de vuelta de todo, a buscar el fallo en cualquier producto cultural en vez de dejarme llevar por la emoción...
Afortunadamente no hay dos vidas iguales. Afortunadamente el ser humano se está renovando constantemente. No creo que la sociedad actual sea mejor que la de, por ejemplo, hace 2.000 años... ni tampoco peor. Somos los mismos envueltos en novedad (Morenamía, de Miguel Bosé). No nos gastamos, no damos todo lo que podemos dar de sí, nuestras pequeñas miserias, nuestras amargas decepciones, nuestros sinsabores y nuestra nada cotidiana nos impiden disfrutar del momento, de celebrar la existencia, de quedarnos con lo realmente importante... qué lástima que seamos tan incapaces de diferenciar lo accesorio de lo verdaderamente importante...
Siempre merece la pena la vida. Me despido, en esta noche del 22-02-2012, con tantos dos, con una preciosa canción de Silvio Rodríguez, en la versión de Ainhoa Arteta. Me resisto al pesimismo y mira que hay motivos... pero ahí está siempre la vida. Nosotros nos vamos, pero ella sigue...