Érase una vez un niño pobre
que no tenía padre ni madre.
Habían muerto todos
y no quedaba nadie.
Se fue y anduvo
buscando día y noche.
Como no quedaba nadie en la tierra,
quiso ir al cielo.
La luna lo miró con ternura.
Cuando llegó a la luna,
era una madera podrida.
Y se fue al sol.
Cuando llegó,
era un girasol marchito.
Cuando llegó a las estrellas,
eran mosquitos dorados.
Cuando quiso volver a la tierra,
ésta era una cazuela volcada.
Y se sintió muy solo.
Se sentó y lloró.
Aún sigue ahí, muy solo.
(Woyzeck, de Georg Büchner)
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