Cuando se apaga la luz roja, la amarilla y la verde
y no tengo claro si cruzar o no...
¿Y después qué?
Si la prima de riesgo sube tanto, tanto, tanto
que el techo de cristal se rompe
y nos rescatan y todo sigue igual
y nos vuelven a rescatar hasta
que el barco del sistema naufrague...
¿Y después qué?
Cuando haya recorrido todos los cuerpos deseables,
cuando mi boca haya besado todas las bocas,
de todos los colores, de todos los sexos, de todo lo posible,
cuando todos los orificios estén cubiertos
¿Y después qué?
Una vez que el calendario haya pasado,
las agendas se queden sin páginas
y no lleve el recuento de mis fracasos,
la colección de miedos,
el museo de las inseguridades
ni siga tomando nota del
inventario absurdo de mi propio vacío...
¿Y después qué?
Ahora que tengo todo lo que deseo,
que mi cuenta corriente brilla y
mi banco no necesita ser capitalizado.
Ahora que nuestros armarios rebosan
y no queda ninguna necesidad material
por ser cubierta.
¿Y después qué?
Cuando no tienes una tabla a la que agarrarte,
cuando te falta un ser querido,
cuando la esperanza queda siempre al otro lado,
cuando nadie te diga 'te quiero',
pero aún sientas que estás vivo,
que no has dado tu último aliento
y que queda una palabra pendiente.
¿Y después qué?
Tras los restos del naufragio,
cuando la resaca evoca lo que un día fuimos,
ahora que ya no nos amamos,
que no creemos en nada,
y que todas las instituciones están manchadas,
pero aún sospechando que la historia de la humanidad
y la propia nuestra aún no han acabado...
Es entonces cuando me vuelvo y me pregunto...
¿Y después qué?
"Nos queda Benares, Marrakech, Cádiz, Buenos Aires y Santo Domingo, si nos dejan volver", que cantaría Bunbury