Abandone el que entre aquí toda palabra. Toda palabra dicha. Toda expresión que no sea no verbal. Porque vivimos en el callejón del silencio. Sólo les quedarán las palabras pensadas, las retahílas mentales, el enorme río de pensamientos, de imágenes, de ideas, de recuerdos. Pero no podrá decirlas. No podrá compartirlas. No podrá expresarse así, tendrá que buscar otra vía de expresión.
Estamos en el pasaje del silencio. Es una pequeña comunidad elegida. Quien viene aquí renuncia voluntariamente a la palabra. No es proselitismo. No es odio al mundo. No es solipsimo. Ni siquiera es un corte de manga. Es lo contrario al ruido. Quien entra aquí debe estar dispuesto a abandonar la forma lógica de pensar. De decir todo aquello que se le pase por la cabeza. O de clamar en voz alta lo que desea, lo que siente, lo que odia, lo que no le gusta. Quien aquí vive no se sabe si está en paz o si está en guerra consigo mismo. Puedes leer su cara, su rostro, sus manos, su expresión, pero seguiremos sin saber nada.
Todos pueden irse cuando quieran. Las historias más amargas del mundo pasaron fuera de aquí, pero en este callejón están contenidas. Fracasos y éxitos, dolores y glorias, ancianos y ningún niño de momento. Igual un adolescente esquivo, casi de paso. No pasa nada. O está pasando todo. ¿Qué más da? Entren en este callejón y no teman. El día que voluntariamente decidan irse habrán comprobado dos cosas: una que no les ha comido la lengua el gato y otra que el silencio, la gran mayoría de las veces, vale mucho más que el ruido.
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