martes, 21 de septiembre de 2010

Cuatro días en Praga


La ciudad de las mil torres, una de las más bellas en las que he estado. Nunca es un decorado, está viva, tiene encanto, sigue creciendo. Tiene un centro histórico maravilloso y tienes que mirar arriba, para fijarte en las vírgenes negras cubistas, en los torreones y en el reloj del antiguo cementerio judío. Mi amiga Marga me dijo en Sitges (gran frase) que se había acostumbrado a mirar arriba, porque al tener la visión frontal nos estamos perdiendo muchas cosas. Qué razón llevas. En Praga hay que doblar un poco la cabeza y mirar a todos lados. También hay que alzar el cuello cada hora para ver el famoso reloj astrológico, uno de los más llamativos de Europa. Toda la gente se agolpa en la plaza para contemplar el rápido paseo de las figuras de Jesucristo y los apóstoles. Desde la torre se ven unas vistas espectaculares de toda la ciudad, desde la Catedral de San Vito y el castillo hasta el barrio nuevo.


Nada más llegar ya me fascinó esta ciudad. Allí pasamos cuatro noches. Nos alojamos en Josefov, el barrio judío. Visitamos varias sinagogas y el antiguo cementerio. Imágenes sobrecogedoras. Creo que en general, al menos yo me incluyo, aunque no me gusta generalizar, sabemos muy poco de cultura judía y algo es algo esta visita sirvió para darnos alguna pincelada. Cada día se lo dedicamos a un barrio del centro de la ciudad, aunque en general se recorre fácilmente. Praga es para caminar, para pararse en cualquier café y para pasar una y otra vez por el puente de Carlos IV (que no sé por qué asociación de ideas pensé que se llamaba el puente de San Carlos, pero nada que ver).


Lo recorrimos por primera vez a la caída de la tarde. Como el Ponte Vecchio en Florencia o el puente de Triana en Sevilla, es una de esas lenguas de piedra que unen orillas pero, sobre todo, unen personas. Sus pintores bohemios te pintan un retrato, sus músicos callejeros tocan jazz y los vendedores te venden pulseras por unas cuantas coronas. Una delicia. También hicimos el típico crucero por el Moldava, disfrutamos del Museo Kafka (con un interesante recorrido a su vida y fascinante obra, interrelacionadas como en cualquier escritor, pero quizás en su caso más). Me encantan los museos y os comento que Praga no tiene un museo nacional como podrían ser el Prado o el Louvre, si no que sus colecciones están dispersas en varias sedes. Visitamos el Palacio Sternberg, que tiene una gran muestra de pintura europea, entre ellos cuadros de Durero y El Greco.


Las fotografías de esta entrada son propias. La artesanía checa incluye las populares marionetas y me llamaron la atención estas de jugadores del Barcelona. Ya tenían hasta de Villa, fichado para la nueva temporada. Disfruté mucho de esta hermosa ciudad, que progresa y mira al futuro, además de tener una gran historia. Paseamos por Viserad, donde la leyenda sitúa el origen mitológico de la ciudad (y la arqueología lo corrobora, historias aparte). Marcha no hubo demasiada, aunque el jueves 9 de septiembre, ya de despedida, nos tomamos un mojito. Y un momento inolvidable de este viaje: ver 'Don Giovanni' en la Ópera de los Estados, donde se estrenó en 1787 dirigida por el propio Mozart. Para datos históricos están las guías, esto es sólo una pincelada. Y perdón por la obviedad pero viajad a Praga, es una ciudad que no se puede pasar por alto.

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