jueves, 23 de septiembre de 2010

Una noche en Bratislava



El viernes 10 de septiembre amanecí en Praga y viajamos en tren hasta Bratislava. Cambio de país. Mi amigo Adolfo propuso que pasáramos una noche en la capital de Eslovaquia, a mitad de camino entre Praga y Budapest, que están a unas siete horas de distancia. Y fue todo un acierto. Ambas ciudades son dos destinos de sobra conocidas, mientras que Bratislava es una de esas joyas escondidas por Europa. Apenas había consultado nada, pero me gustó mucho. Apenas pasamos 24 horas, pero guardo un recuerdo muy agradable de esa ciudad.

Visitamos el castillo, que estaba en obras. La Catedral no la pudimos visitar, porque llegamos y acababan de cerrar. Actualmente se está restaurando la torre. Paseamos por el centro, que tiene numerosos palacetes e iglesias. Como anécdota hay una simpática colección de esculturas, una de ellas de un hombre saliendo de una alcantarilla. En las guías turísticas comentaba que es una de las pocas esculturas bajo tierra del mundo. A la noche probamos un plato típico que estaba riquísimo: el bryndzové halusky, compuesto de patatas, queso de oveja y bacon. Ñam ñam.


El sábado 12, antes de viajar a Budapest, visité la Galería Nacional de Eslovaquia, con una interesante colección de mineralogía, paleontología y ciencias naturales. Después continuó el paseo por el centro de la ciudad, entramos en una cafetería (qué rico el praliné) y después el almuerzo en la terraza de un restaurante muy agradable: Le Monde. En resumen: una ciudad ideal para dedicarle un día o unas horas si estás viajando por Viena, Praga o Budapest. Rincones pintorescos, edificios a baja altura, rincones elegantes y una ciudad que cada día se enfoca más al turismo. Por cierto, no hace falta cambiar moneda, allí está el euro. Y como decía el escaparate de una tienda: I LOVE BRATISLAVA.

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