viernes, 28 de agosto de 2009

Defensa de la cigarra



La cigarra siempre ha tenido muy mala prensa. Queda de vaga, perezosa, frívola, despreocupada e inconsciente. Para la hormiga, sin embargo, van todas las alabanzas: es previsora, trabajadora, constante y organizada. Pero, ¿qué sabrá nadie cómo es la cigarra por dentro y la cruz que irá llevando? Esta fábula de Esopo, recreada por La Fontaine en Francia y trasladada al castellano por Félix María Samaniego, advierte de los peligros de vivir tan sólo entregado a placeres y reflexiona acerca de la importancia de ser previsor.

Pero, ¿es tan insensata la cigarra que no se da cuenta de lo que está haciendo? Nos venden a una cigarra que tiene neurona y media y lo único que le preocupa es divertirse, sin pensar en nada más. Pero vamos a interpretarla en clave posmoderna. Imaginen a una cigarra de vuelta de todo, que tuvo una infancia difícil, que fue abandonada y ahora llega a su juventud con ganas de disfrutar, de pasárselo bien, siendo consciente de que hoy estás aquí y mañana allí, que nada de lo que tenemos es seguro y de que la vida es asombrosamente imprevisible. Tampoco hace falta interpretaciones de un pasado turbio. Igual simplemente no le gusta trabajar y tampoco pide a otros que hagan su trabajo, tal vez no quiere formar parte de ese sistema productivo y prefiere vivir su vida, libre, a su manera.

No es que la cigarra no tenga capacidad de pensar en el futuro, pero prefiere no hacerlo, siendo consciente de que lo único que tiene el ser humano, bueno en este caso el animal, es su hoy. Hedonismo frente a estoicismo. Placer frente a trabajo. Despreocupación frente a planificación. Los disolutos obtienen castigo en la fábula, pero ellos quieren vivir de otra forma, quieren hacer una vida distinta a la de 'la masa' trabajadora. El trabajo viene del castigo divino, aunque muchas teorías quieren dignificarlo, pero la cigarra es consciente de que todo lo que no sea placer es locura, como cantan en La Traviata.

La hormiga también tiene sus motivos. Por supuesto. No entraremos ahora en eso. Creo que esta fábula viene bien en tiempos de crisis. La hormiga tenía acciones en bolsa y se quedó sin nada. Sin embargo la hormiga, si no tenía nada, nada tiene que perder. Le basta con tener sus piernas para bailar, su boca para cantar y su corazón para sentir. Esto es sólo una divagación nocturna. La hormiga tiene sus razones y la cigarra las suyas, aunque en esta entrada me pongo de parte de la disoluta. Desde fuera pueden parecer extraños e incomprensibles los actos de los otros, o nos puede dar la impresión de que actúan desde la frivolidad, pero en algunos casos quién sabe si la constante búsqueda de placer no está motivada por la inquietante incertidumbre de que toda vida se acaba y, con independencia del trabajo o de los bienes adquiridos, como defiende la hormiga, cuando llega el adiós es igual para todos. Y a la hora de partir no hay diferencias entre amantes del placer o del trabajo. El que toca, toca y por ahí tenemos que pasar todos.


Voy terminando. En la versión de Esopo, es decir, en la más antigua, la cigarra se pasa el verano de cante en cante. LLega el frío invierno y la trabajadora hormiga se compadece de la tiritante cigarrita, con la que comparte algunos granos de trigo. Lección aprendida: ahora te salvaste, pero tienes que ser más previsor. Pero La Fontaine y Samaniego le agrían el carácter en pleno Siglo de las Luces y la hormiga se vuelve antipática y egoísta. No atiende el SOS de la pobre cigarra, a la que condena a morir de frío. ¿Y todo eso por pasarse el verano a la bartola canturreando? Tampoco es para tanto. Es verano, a todos se nos reblandece un poco el cerebro, con ese calor cualquiera se concentra en el trabajo y esas cosas.

En la fusión está el gusto. De tanto estar juntas al final la cigarra y la hormiga acaban integrando la personalidad del otro. Como un Quijote sanchificado y la quijotización de Sancho. La hormiga se vuelve menos férrea y descubre que se puede compatibilizar trabajo y descanso. La cigarra, de vuelta de todo, termina pasando por el aro y aceptando que el sistema le impone tener que realizar un trabajo, asumir un oficio, cumplir una tarea para la comunidad. Deja de formar parte del grupo de parados o inadaptados sociales y va haciendo lo que puede. ¿Somos cigarras o somos hormigas? ¿O ambas cosas? ¿Somos hormigas deconstruidas y cigarras postmodernas? O simplemente somos y quizás con eso ya sea suficiente.

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