martes, 18 de agosto de 2009

Enemigos públicos - Dillinger ha muerto




Historias de gángsters estadounidenses. Me gustan. A la gran pantalla se ha llevado en más de una decena de ocasiones la vida de John Dillinger, famoso gángster de los años 30, acompañado por Baby Face Nelson y Pretty Boy Floyd (este tipo de nombres compuestos me encantan). La última relectura es la de Michael Mann, un cineasta efectivo.

El domingo por la noche fuimos un grupo de amigos a ver ‘Enemigos públicos’. En líneas generales me gustó, aunque se me hizo un poco larga. La película está bien narrada, mantiene el interés y no se hace pesada, aunque quizás sus 141 minutos podrían haberse aligerado. Prefiero estas películas a la mayoría de ‘cosas’ que se anuncian en verano en la cartelera. La estética de la época está conseguida, tiene buena factura y las interpretaciones también están logradas. De todas formas no me volvió loco, vaya, una buena película, pero tampoco veo en ella tantos méritos como para convertirse en el film del año.

Como es habitual, estas películas están llenas de estereotipos: desde frases hasta imágenes. Quizás lo que me pareció más original es su tratamiento visual, ya que en vez de optar por una fotografía en blanco y negro y un montaje más clásico, Mann ofrece algunos planos con bastante grano, escenas que parecen rodadas con cámara al hombro y en general el envoltorio es bastante contemporáneo. También curioso que la banda sonora alternara canciones de la época – la mítica y genial Billie Holliday – con música actual. Como detalle –y siguiendo el ejemplo de otras cantantes, como K.D. Lang en ‘La dalia negra’, de Brian de Palma- aparece unos segundos en pantalla Diana Krall interpretando a una cantante de un club nocturno. Últimamente estoy escuchando mucho a Krall, heredera de todas las grandes voces del jazz de aquella época y revitalizando el género.

Intérpretes. Johny Depp. Es que este tío me encanta, su estilo, su forma de actuar, esa pinta de galán con un punto excéntrico. Su coraje, pero también su envoltura tierna y hasta frágil. La composición que hace del personaje lo vuelve atractivo y acentúa su carisma. Christian Bale está a la altura como Melvis Purvis, el mejor agente del FBI, de J. Edgar Hoover, que por aquel entonces empezaba a andar y se consolidó tras su victoria ante ‘el enemigo público número uno’. Buenos actores en papeles secundarios y la chica es Marion Cotillard, que me cautivó interpretando a la inmensa Edith Piaf en ‘La vida en rosa’ y se llevó otro Oscar para Francia. Aunque el papel de la novia del gángster tampoco suele ser demasiado lucido: le toca enamorarse, hacer las preguntas justas, esperarle y esperar lo inevitable.

Una escena que me gustó mucho fue cuando Dillinger acude al cine a ver una película de Clark Gable y Mirna Loy: ‘El enemigo público número uno’. Podemos imaginar el grado de identificación con el protagonista. Y también da una pista de lo que iba a suceder a continuación. El cine dentro del cine es un recurso muy habitual desde hace décadas.


Con respecto a la historia, es curioso cómo la población convirtió a algunos gánsters en héroes populares. Frente a la corrección de la Policía y a los intereses abusivos de la banca, los ciudadanos humildes empatizaban más con Dillinger, cuyas andanzas seguían la prensa y la radio. (Si por aquel entonces hubiera existido la blogosfera...) Hay una escena significativa: lo acaban de capturar y él saluda desde el coche, como si fuera una estrella. Gracias a su carisma personal en la película te pones de su parte y todos los policías te caen antipáticos. Además las directrices de Hoover son excesivas: el fin justifica los medios, llegando a consentir técnicas de tortura policial. De todas formas también es interesante reflexionar sobre la imagen que el cine ha dado y sigue dando del hampa. Un universo fascinante, pero no olvidemos que se trata de gente que roba, mata, que no tiene escrúpulos, dentro de su peculiar forma de entender la lealtad (a los amigos o a las parejas) y comete todo tipo de tropelías. Aunque ya sabemos que desde sus inicios los malos han salido muy bien en la gran pantalla.


Acabo de ver hace un momento ‘Dilinger ha muerto’, editada por Círculo Digital en otro de estos packs dobles, como ‘El amor’, junto a ‘Qué alegría vivir’, de René Clément. Pero esto no tiene nada que ver con el mundo del hampa, aquí entramos en otro universo narrativo completamente diferente. El cine estadounidense, desde sus inicios, siempre ha sido más comercial, más fácilmente comprensible para el espectador medio (¿y qué es eso del espectador medio? Esta pregunta daría para otra entrada) mientras que el europeo se caracteriza por ser más creativo, más arriesgado, menos convencional.

Y esta peli es bastante rara. Marco Ferreri la dirigió en 1.969. Ese mismo año rodó otra de título, cuanto menos, llamativo: 'El semen del hombre'. No había visto nada del director, sólo le conocía de oídas por su amable título ‘El cochecito’, pero fue muy arriesgado y provocador, más aún en una sociedad como la italiana. Estaba obsesionado con los tres grandes temas: el amor, la muerte y el sexo. Esta película de 90 minutos es bastante surrealista y tiene aires de lo que hacían por entonces los directores creativos en Francia. No era nada comercial en su época y sigue sin serlo.

Empieza directamente la escena, sin los habituales títulos previos. Glauco es un hombre de unos cuarenta años que trabaja en una fábrica en la que diseñan mascarillas, para prevenir a la población de una posible catástrofe nuclear. Su jefe le suelta un discurso sobre la alienación del hombre moderno y la influencia que en él tienen los medios de comunicación y la publicidad. Casi toda la película transcurre dentro de la casa de Glauco. A partir de una anécdota mínima, que ahora os cuento, realiza una serie de actos banales, ritos cotidianos, para acabar ejecutando una acción drástica que marcará un cambio radical en su vida. Al final todo será diferente.

La película es lenta, tiene muy pocos diálogos y por el contrario mucha música: desde clásica hasta samba (que por cierto me viene muy bien escucharla ahora). Llega a casa, saluda a su esposa, que está en la cama con dolor de cabeza, y se dispone a preparar la cena cuando en un armario encuentra una pistola envuelta en un viejo papel de periódico: se trata del Chicago Daily Tribune y en primera plana informa de la muerte de Dilinger. Durante el resto del film el protagonista, un hombre sin pasado y sin futuro, como lo definió el actor que lo interpreta, Michel Piccoli, realiza acciones tan surrealistas como desmontar la pistola y pintarla de rojo con lunares blancos o hacer gestos cómicos mientras contempla películas familiares proyectadas en una pantalla, en el salón de su casa.

Quizás a muchos les pueda parecer que la estética de esta obra ya quedó atrás. Pero hay que ponerse un poco en la onda del cine vanguardista para disfrutarla, confieso que al principio me costó un poco entrar, pero luego disfruté de sus imágenes y también me quedo con su mensaje crítico. Hay que entender el contexto: estamos en plena Guerra Fría, ha pasado un año desde el mayo del 68. Por aquel entonces podría recibir todo tipo de interpretaciones grandilocuentes. La crítica freudiana diría que la pistola es un símbolo fálico. Dos imágenes surrealistas de esta obra: Glauco desmonta la pistola y mezcla los elementos en un recipiente con aceite, como si fuera una ensalada, y en otro momento se mete en la cama con la criada (la sensual Annie Girardot) y lo más sexual que hace es contemplar cómo la miel se desliza por su espalda, untarla en su dedo y llevárselo a la boca.

Marco Ferreri declaró que “es una película burguesa para burgueses. No tenemos un diálogo revolucionario con el público. Una revolución se hace haciendo la revolución, no haciendo películas”.

En estos dos días he visto sendas películas. ¿Qué tienen en común? Dillinger. La de Mann es un biopic sobre sus últimos años y la de Ferreri parte de una anécdota, como fue encontrarse un periódico informando de su deceso. En la película italiana aparecen imágenes auténticas del gángster. Y seguro que dentro de unos años algún cineasta volverá a contar su vida de nuevo.

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