sábado, 8 de agosto de 2009

El Plata


Bienvenidos al Plata. Calle 4 de Agosto, 23. Zaragoza. Antes de ir al concierto de Madonna visité este cabaret surrealista, un lugar fascinante. Leí la referencia en la guía de viaje dedicada a la capital maña de El País y allí que me planté. Por la noche es Plata Club, una discoteca, pero yo entré poco después de las 16 horas, cuando abre. El primer tramo de la tarde es para cafés y bebidas, después sirven tapas y a la noche se convierte en un club de música electrónica.

Allá por los años 60 el barrio de El Tubo era todo un hervidero. Hoy sigue teniendo mucha vida, aunque en aquellos tiempos tuvo que tener más encanto. Terenci Moix cita en ‘El día que murió Marylin’ este barrio como lugar de escapada de los burgueses catalanes en el franquismo. Un lugar para la bebida y para la picaresca. Un tiempo para la búsqueda de la libertad, para refugiarse en lo exótico y lo sugerente, para degustar lo prohibido, aunque sea sólo por un rato. En pleno siglo XXI el cineasta Bigas Luna (no toda su producción está al mismo nivel, pero me gusta su universo de erotómano) ha rescatado el Plata y es el director artístico de este local, primo hermano de El Pay Pay de Cádiz (que espero visitar algún día).

Estuve sólo un rato, pero me fascinó. Cuando no hay actuaciones tienen puestas canciones españolas de los años 60 y 70, con encanto kitsch, las típicas que bailas en Nochevieja entre amigos. El show dura algo menos de media hora y se van alternando distintos números variados, de cabaret. Una señora orondamente felliniana que nos cuenta a qué dedica el tiempo cuando viene el fontanero a su casa (un clásico). Exhibición de hula-hop. Carne mostrada de ambos sexos. Momento más lírico: un chico y una chica escenifican las postrimerías de su amor mientras Jacques Brel canta ‘Ne me quitte pas’. Tampoco podía faltar una jota, con aires picarescos. Un universo fascinante, llamativo y diferente, eso sí: un café con leche me costó 3,50 euros, pero pagas el sitio, la verdad.

Una vez terminado el espectáculo los más atrevidos pueden subir al escenario por una escalera de madera. A través de un pequeño agujerito puedes mirar a ver qué se cuece… una boca femenina introdujo un papel doblado por el pequeño orificio. Algo así como las galletas de la suerte orientales pero en un ‘cabaré ibérico’. Y el mensaje que me tocó fue: Si hay lengua hay amor.

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